Ignacio nunca había oído hablar del cáncer de mama en hombres hasta que el cirujano le espetó: «Tienes un cáncer de mama como el de las mujeres». Era marzo de 2000. Tenía 51 años. Ese desconocimiento de la enfermedad le llevó a ignorar los primeros síntomas. «Sangré por el pezón pero pensé que me había rozado o rascado». Ignacio forma parte de una estadística apenas relevante, lo que convierte el cáncer de mama en el varón en una enfermedad desconocida y misteriosa. De los 327 pacientes atendidos en los hospitales de León por esta enfermedad en 2013, cuatro fueron hombres.
«La enfermedad es muy poco frecuente en el mundo occidental y es ésa la causa de que sea muy difícil emprender estudios que aclaren su etiología, su evolución y su mejor forma de tratamiento», explica el cirujano especialista en cáncer de mama José Díaz-Faes. «Cuando los hombres se notan una alteración en la mama no le dan importancia y cuando consultan al especialista ya es demasiado tarde».
Sin embargo, Díaz-Faes destaca que las primeras descripciones históricas sobre el cáncer de mama no se refieren a su padecimiento por una mujer sino por un hombre, tal como se recoge en el papiro egipcio de Edwin Smith, entre 2.500 y 3.000 años antes de Cristo.
Ignacio nunca pensó que pudiera tener un carcinoma de mama. «Sangré varias veces y llamé al especialista Tomás González de Francisco. Me exploró y me detectó un bulto». Los acontecimientos se desencadenaron muy rápido. «Lo que iba a ser una biopsia para analizar el bulto se convirtió en una operación que duró cuatro horas y media. Me quitó cuatro kilos de masa y me dejó 47 puntos en el cuerpo». Ya han pasado catorce años. «No me dieron quimioterapia. El oncólogo Andrés García Palomo me recetó tamoxiceno, que tomé durante cinco años. Después de cinco años de revisiones un día me dijo que no quería volver a verme más por allí. Estaba curado. Ahora estoy recordando esa experiencia pero para mí, después de catorce años, es algo olvidado».
La búsqueda de los factores de riesgo «sigue siendo infructuosa», asegura Díaz-Faes. «Un meta-análisis de siete estudios solamente reveló un riesgo incrementado en pacientes solteros, con procesos mamarios benignos, ginecomastia (engrandecimiento de las glándulas mamarias en el hombre), raza judía y antecedente familiar de cáncer de mama en primer grado».
Ninguno de los cinco hombres de este reportaje cumple, que sepan, estos perfiles. Los cinco están casados y tienen descendencia.
«Me encerré en casa»
A Luis le detectaron el tumor a los 46 años. Ya han pasado trece desde que una mañana, al salir de la ducha, se dio cuenta de que tenía el pezón invertido, hacia adentro. Fue su mujer, con más conocimientos sobre los síntomas de la enfermedad, la que le alertó. «A mí eso no me gusta», le dijo, y le animó a ir cuanto antes al médico. «Llamé al médico de la empresa y me dio un volante para el cirujano González de Francisco. Nada más que me lo vio me mandó unas radiografías, mamografía y análisis». Cuando acudió a la cita para recibir los resultados no podía creer lo que su médico le decía. Tenía un carcinoma ductal (in situ) de patrón micropapilar sin necrosis y que no alcanzaba los márgenes quirúrgicos de resección de la mama. La operación duró poco. «Nunca me imaginé que yo podía tener un cáncer de mama». El diagnóstico dejó a Luis muy afectado. «Me encerré en casa. Lo pasé muy mal. ¿Qué es lo que he hecho yo para tener esta enfermedad?, me preguntaba. Hasta que me dijeron que no hacía falta que me dieran quimioterapia no me quedé tranquilo. Esa noche di una fiesta a mis amigos».
Los hombres viven su enfermedad en solitario. No buscan ayuda psicológicia y se refugian en la familia y más allegados. La Asociación de Mujeres Leonesas Operadas de Cáncer de Mama (Almom) no tiene, entre sus socios, a ningún hombre con esta enfermedad.
«El 19 de octubre, Día Internacional del Cáncer de Mama lo pasé muy mal. Veía a las mujeres por la calle con camisetas rosas y me sentía fatal. Nunca he ido a las actividades que organizan las mujeres, no me atrevo». Antonio —nombre ficticio porque no quiere que se le reconozca al ser una persona muy conocida en León— no puede contener las lágrimas cuando habla de la enfermedad, a pesar de que hace diez años que está curado. «Me noté un bulto», recuerda. «Acudí al doctor Díaz-Faes y me hizo unas pruebas. Me dijo que tenía que tomarme una semana de vacaciones porque iba a operarme. Yo tenía 48 años. Fue un impacto muy fuerte recibir esa noticia». Aunque la operación fue un éxito, el especialista le aconsejó sesiones preventivas de quimioterapia. «Fueron muy flojas y no tuve efectos secundarios. Hacía mucho tiempo que no hablaba de esta enfermedad, para mí ya está superada».
Pedro Álvarez tiene ahora 84 años y hace catorce, cuando estaba de vacaciones en la playa, vio que tenía hundido el pezón y se palpó un bulto. «Cuando mi mujer me tocó el bulto se quedó pálida, quería volver para León, pero esperamos a terminar las vacaciones». Pedro, como los demás hombres, nunca había oído hablar del cáncer de mama en varones. «Pensé que yo era el primer caso». El único recuerdo que tiene es la cicatriz y los cuidados que tiene que dar a su brazo izquierdo: «Lo tengo siempre un poco hinchado».
El único perfil común visible de estos hombres es el optimismo. «Decaerse es lo peor», dice Pedro. «La equivocación más grande de una persona es dejarse llevar por pensamientos negativos». «De aquí» —se señala a la cabeza— «viene el 50% de la curación de la enfermedad», argumenta Santiago.
El Diario de León