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Entre la incertidumbre, la falta de comprensión y el miedo, los pacientes relatan en un maravilloso reportaje d’ElNacional.cat cómo se enfrentaron a la falta de información y referentes, lo que a menudo conduce a un diagnóstico tardío.

¿Cáncer? ¿De mama? ¿Yo? No. No puede ser. Tiene que ser un error. Seguro que lo es. Si soy un hombre. ¿Los hombres también tenemos glándulas mamarias? Yo solo he conocido casos de mujeres. Algunas en mi entorno, pero solo mujeres. Ningún hombre. Y ahora me lo encuentran a mí. Y en estadio cuatro, dicen. «Incurable», según el maldito Google. Con estadísticas de supervivencia bastante pobres. ¿Por qué nadie me lo había explicado nunca? ¿Por qué nadie me dijo que me palpara de vez en cuando? ¿O simplemente que fuera al centro de atención primaria si notaba algo extraño? ¿Y ahora qué hago? ¿A qué médico debo acudir? ¿Al ginecólogo no, verdad? ¿O sí? Quién sabe. ¿Y qué será de mí? ¿Me estoy muriendo? No puedo. No puedo más. Me explotará la cabeza.

Podría parecer una simple dramatización. Desafortunadamente, es el ataque de pánico, basado en hechos reales, que sufre una persona que acaba de ser diagnosticada de cáncer de mama. Son muchos los interrogantes, las incógnitas y los temores que le rondan por la cabeza, como a cualquier paciente. Y más cuando se trata de una posibilidad que no le habían explicado. Hasta que se ha encontrado la realidad de frente. No son superhéroes, ni luchadores, ni nada por el estilo. No va de eso. Son ese uno o dos por ciento que cuesta encontrar en las estadísticas. Desconocimiento, desinformación, incertidumbre, estigma, miedo… Y mil sentimientos. Todos igual de terribles.

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