Extrañeza, incredulidad, imposibilidad… Todo esto le pasó por la cabeza a Juan Carlos Gonzalo cuando le diagnosticaron cáncer de mama. Fue el año pasado y no se lo creía. Llevaba un par de años con molestias en un pezón pero es «algo desconocido para hombres. Me daban una cremita y ya está», cuenta desde Used, donde pasa gran parte del año porque «aquí estoy más tranquilo» y además cuida de su padre, que se quedó viudo hace dos años.
En su caso, no se preocupó hasta que en mayo pasado «sentí dolor y me salió un bulto». Entonces acudió al médico y en un primer momento pensaron que sería un bulto de grasa. Poco después se retrajo el pezón y ahí comenzaron las pruebas. Los médicos, primero, «ponían cara de extrañeza» al verme, pero «cada vez van a más los diagnósticos».
Le hicieron una mamografía, de ahí paso al radiólogo, que le realizó una biopsia y ya vieron que algo no iba bien, por lo que le derivaron a Zaragoza, al hospital Clínico. Pasó de «no haber nada a cuando salió fue muy agresivo», recuerda Gonzalo, por lo que le hicieron una mastectomía porque ya estaba en radio 2. Previo a la mastectomía le realizaron el preoperatorio y allí «ya tenía los ganglios afectados y pasado al estadio tres», asegura.
La extrañeza fue total. Juan Carlos ya había pasado un cáncer de testículo cuando tenía 23 años y, en principio, lo vio como «algo parecido». En aquel momento no le pusieron quimio ni radio, la operación y el cuerpo «hicieron el resto». Sin embargo, en este caso, pronto pasó al estadio cuatro con metástasis en todo el cuerpo.
Pensaba que «el cáncer de mama no me corresponde» pero cuando ya apareció la palabra metástasis «lo primero que me vino a la cabeza fue muerte en poco tiempo», así que no dudó en preguntar. La tasa de supervivencia a cinco años es de un 20%, le contestaron.
Juan Carlos sufría sobre todo «por los de alrededor» y cuenta que al principio se hacía el fuerte por ellos. «Te ves bien pero al final, limitado, no puedes hacer las cosas y tienes dolores por todo el cuerpo y te vienes abajo».
Entonces comenzó la segunda etapa, la de la información, la de encontrar a otros que habían pasado por lo mismo que él, pero no los encontró; sólo un grupo de cáncer metastásico pero «era el único hombre. Me informaban pero no me servía anímicamente».
Sin embargo, allí le pusieron en contacto con Marius Soler, un hombre al que también le diagnosticaron hace seis años. «Le dieron seis mes de vida y ahí sigue». De hecho, Soler ha participado este jueves en una jornada sobre humanización del cáncer de mama, dedicado a los varones, organizado por, entre otros, la Asociación Española contra el cáncer en Zaragoza. Conocerle «me cambió la vida»; a él y a la asociación que fundó, Invi, «por invisibles». El colectivo sirve para dar información y apoyo, que es «tan necesario como el tratamiento».
Juan Carlos se cuida, está activo y, sobre todo, confía en los profesionales que «son los que tienen la sartén por el mango», dice. De momento, su tratamiento es «como el de mujeres, hormonación» pero su cuerpo es diferente. «Estamos dejados de la mano de dios porque no nos corresponde la enfermedad», insiste; y reclama seguimiento físico, de fisios y psicológico y orientación».
Asegura que en el caso de los hombres «arranca con mucha violencia» y señala que es necesaria la visibilidad, que se sepa que los hombres también padecen cáncer de mama. A él le pilló fuerte pero «se me ha ido comiendo». Y es que la enfermedad es incapacitante. No puede trabajar porque le quitaron los ganglios y no puede hacer esfuerzos y con el otro tampoco por problemas previos y, además «me fatigo mucho». Su meta, señala, es «morir con cáncer, no de cáncer. Antes, el mundo era pequeño para mí, ahora, yo lo he hecho pequeño y disfruto con las pequeña cosas», con el apoyo de su familia, sus amigos y su novia, en los que se refugia en los malos momentos.
Eva García – El Periódico de Aragón