Cuando Marcial se palpó la lagartija cerca del pezón izquierdo, el susto le cortó el aliento. «¿Qué es esto?», se preguntó de inmediato el madrileño al tocar de casualidad aquel extraño bulto alargado que en silencio crecía debajo de su piel. La lagartija (el tumor), como él lo recuerda, había comenzado a extenderse hasta la axila, sin dar nunca la cara, sin dolor, ni la más mínima molestia. Nada. Marcial y la lagartija llevaban tiempo (al menos un año) conviviendo sin hacerse daño. Aparentemente. Era como llevar encima una bomba química desactivada que en cualquier momento podía estallar. Y sin él saber que aquel alien que llevaba bajo su piel era el mismo que años atrás había matado a su madre y, uno tras otro, a todos sus hermanos.
Espigado, el pelo cano y perfectamente cortado, Marcial acude al encuentro con Crónica dispuesto a hablar de sus cicatrices. A pecho descubierto. «Como yo soy, para dar mi voz a unos hombres de los que nadie habla pero que padecen y sufren lo mismo que las mujeres». Él es uno de los 260 varones que cada año sufren cáncer de mama en España, todavía una rareza (Uno de cada 100 pacientes es hombre). O lo que es igual: de los 26.000 casos en total que se diagnostican cada año, 260 afectan al género masculino. Un batallón de hombres de la cicatriz en el pecho silenciados por la feminización de una enfermedad a la que sólo ponen rostro las mujeres. Algunos, como Marcial, Efrén, José o Luis, han querido dar la cara y enseñar al mundo sus costuras. Marcial lleva dos, una en cada mama.
Su vía crucis (o salvación) comenzó una mañana en la ducha. Asustado por el tamaño del bicho que acababa de palpar en su pecho, Marcial agarró el teléfono mosqueado y se lo contó a Yolanda, una de sus hijas. Los dos no necesitaron decirse mucho. Los dos conocían bien el cáncer. Los dos, padre e hija, eran (son) carne de la misma carne. Y los dos, también, han bajado al infierno por lo mismo. Tras explorar a Marcial y leer los resultados de la biopsia, el oncólogo Francisco Lobo no tardaría en confirmarle el origen maligno de aquel bulto. «Me dieron la noticia pero yo ya la llevaba dentro… Cerré los ojos y en sólo un instante decidí no atormentarme más y seguir con mi vida, pelear, tirar hacia adelante, hasta el final…». Y tirar hasta el final es lo que lleva haciendo desde hace un año -y «con buen humor»- este hombre de 78 años bien llevados, 180 centímetros de altura y fino porte. Su lema: «Llorar, nunca; sólo para descargar, que da un respiro». Habla Marcial a cuatro días de que se celebre el Día Mundial del Cáncer de Mama (jueves 19 de octubre).
El sentido del humor lo lleva con elegancia sobre una muleta (le flojea la cadera), y a Jesús El Pobre en sus plegarias. «Toda mi vida rezando… Antes lo hacía por los demás, me tocaron bastantes de los míos por los que pedir. Ahora, ya ves, rezo por mí, aunque primero pido por mis dos hijas que también han enfermado de lo mismo», confiesa tocado. Marcial, el superviviente. Eran nueve hermanos, ocho murieron de cáncer de mama, incluidos dos varones. También su madre, con 62 años, y dos sobrinos fallecidos. Todos ellos, hombres y mujeres, indistintamente, con el mismo cáncer de pecho que sufre Marcial. Lo heredaron también Ana y Yolanda, sus dos hijas mayores, su apoyo, actualmente en tratamiento como cinco de sus primos. A Ana le descubrieron el primer tumor hace cinco años, el segundo, en enero, y hace una semana, a pesar de la quimio, le apareció un tercer tumor.
La incidencia del cáncer de mama en los hombres se ha multiplicado por tres en apenas 15 años. Cada 12 meses, 260 afectados.
En total, 18 miembros de una misma familia víctimas del BRCA1, el mismo gen que llevó a la actriz Angelina Jolie al quirófano para que le extirparan ambos pechos como medida preventiva por ser candidata de alto riesgo a padecer cáncer de mama y ovario. El mismo trance por el que tuvo que pasar nuestro hombre, al que quitaron la mama izquierda, la mala, y extirparon la derecha (la sana) por precaución.
«Por eso es tan importante que a los varones no les dé miedo ni pudor explorar su propio cuerpo igual que lo vienen haciendo desde hace tiempo las mujeres», explica el oncólogo Francisco Lobo, que trata a Marcial en el hospital de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid. «Ese simple gesto de palparse podría salvarle la vida a cualquier hombre», asegura el galeno, que aprovecha para recalcar que los casos van a más. En los últimos 15 años, la incidencia del cáncer de mama masculino ha pasado de tener una tasa de 0,4 casos por cada 100.000 habitantes a multiplicarse casi por tres.
Ocurre en la mayoría de los casos. Cuando el varón decide ir al médico el cáncer ya ha avanzado en los ganglios de las axilas. «Reacciona incrédulo, piensa que no puede tener un cáncer de mama, pero tiene glándulas mamarias como cualquier mujer. Acuden tarde al médico, porque piensan que ese bultito que le ha salido no es más que una pequeña inflamación sin importancia».
La edad cuenta. La enfermedad suele aparecer más tarde en los hombres que en las mujeres. Si en ellas, la mayor incidencia se da entre los 50 y los 65 años, en el caso de los varones suele aparecer a partir de los 60. Con 18 años más, 78, Marcial Gómez ha decidido renunciar a la quimio y a la radioterapia. Toma una única pastilla al día para compensar la caída de hormonas debido a la doble mastectomía que le practicaron el pasado 9 de enero. «Quiero vivir lo poco o mucho que me quede sin padecer las consecuencias de esos tratamientos. Me conformo con poder disfrutar de mi nieto, ir con él por ahí, jugar… Eso me da ganas de vivir más que cualquier medicina», explica Marcial entre sorbo y sorbo de café.
EMBRIONES SIN CÁNCER
La esperanza ahora consiste en atacar el mal antes del nacimiento. Se llama Diagnóstico Genético Preimplantacional (DGP). Se realiza una selección de embriones libres de la mutación del gen BRCA1 y posteriormente se transfieren al útero de la madre. Este avance ha hecho posible el nacimiento (31 de agosto) de una niña sin este gen ligado al cáncer de mama en una clínica de A Coruña. El primer caso ocurrió en 2011, en Barcelona, donde vino al mundo el primer varón sin la mutación en el BRCA1. Posteriormente, en 2016, nació otro varón en Zaragoza libre de la mutación en el gen BRCA2. Y por último, dos mellizas sin el BRCA1 alterado, la forma más severa de ambas mutaciones. En total son ya cinco los bebés nacidos en España sin esta predisposición genética.
Fue en 1990 cuando se obtuvo la primera evidencia de la existencia de este gen en el laboratorio King de la Universidad de California. Cuatro años después, tras una endiablada carrera internacional por hallarlo, el BRCA1 fue clonado por la Universidad de Utah, el National Institute of Environmental Health Sciences y Myriad Genetics. Luego se descubrió que el BRCA1, situado en el cromosoma 17, forma parte del sistema de detección y reparación de daños del ADN. Y que diversas mutaciones de este gen están implicadas en la aparición algunos tipos de cánceres, especialmente el cáncer de mama. Desde entonces, los casos ha ido en aumento.
Entre tanta desgracia, las anécdotas dan un respiro. La que sigue la cuenta otro del batallón de hombres de la cicatriz en el pecho, Luis García, ingeniero químico de 64 años. Su guerra ha sido larga e igualmente amarga. Comenzó cumplidos los 40, hace ya 24 años. «Yo estaba en la sala de espera de mamografía, salió la enfermera y le dijo a mi mujer: ‘Pase, ya le toca’. Tuve que decirle que el enfermo era yo, no mi esposa. Pensó que le gastaba una broma. Aquella enfermera jamás había visto un hombre con un cáncer, digamos, de mujer».
Luis es puro nervio, camina siete kilómetros cada día y se felicita porque come como una lima. «Nunca pienso que tengo cáncer… Sé lo que tengo porque me lo dicen los médicos». Y es verdad. Nadie diría que este hombre de mediana estatura y flaco de cuerpo, que no para de hacer cosas desde las siete de la mañana que se levanta, tiene el hígado, el pulmón, la ingle y la fosa ilíaca con metástasis derivadas de aquel bultito original de aspecto inocente.
TERAPIA EXPERIMENTAL
Este químico llegó a creer que todo estaba perdido. «Me despedí hasta de mis amigos». La quimio a él no le hacía efecto. «Fue durísimo, yo no sabía si vería un nuevo día. Y cada vez que veía a mi hijo, el único que tengo, pensaba que sería la última. He llorado mucho…». Hasta que un tratamiento experimental (una combinación de dos fármacos) que sigue desde septiembre de 2017 en el Hospital de La Princesa (Madrid) le hizo revivir. «Estoy como un chaval, no renuncio a nada, hago una vida normal», suelta a lo largo de la conversación. Su doctora, la oncóloga Anabel Ballesteros, lo resume así: «Luis es la esperanza».
A diferencia de la maldición genética de Marcial, él no tiene precedentes en su familia. Su padre tenía 10 hermanos y su madre, 11. Pero ninguno de ellos tuvo cáncer. Sin embargo, Ballesteros quiso saber más y los genetistas se pusieron a buscar en el ADN de su paciente, concretamente en el cromosoma 17. En él se aloja el gen ErbB2+. Se trata de un gen clave para el crecimiento y la división normal de las células. Pero el de Luis está averiado. Cuando el ErbB2+ sufre mutaciones pasa a ser un desencadenante de la enfermedad. De hecho, se ha convertido en un importante marcador y diana de tratamientos oncológicos, especialmente del cáncer de mama.
El olfato de la oncóloga no se equivocaba. A todos los hombres con cáncer les propone un estudio genético. «Por debajo de los 60 años es muy raro que vengan con la enfermedad. En todos los años que llevo en esto solamente he visto a dos en la treintena», explica la doctora. «Estos dos casos eran una rareza dentro de rareza. Los dos habían sido radiados previamente por otros motivos y es muy probable que eso les haya hecho enfermar de cáncer». ¿Se siguen sorprendiendo los varones al saber que lo que padecen es un cáncer de mama? «Todavía sí, mucho, les cuesta admitirlo», expone Ballesteros.
Entre el 15-20% de los hombres con cáncer de mama tienen antecedentes de familiares con esta enfermedad. Las hermanas e hijas de los pacientes con este tipo de cáncer, como es el caso de las hijas de Marcial, Yolanda y Ana, adquieren un riesgo dos a tres veces superior de padecer esta enfermedad.
Numerosos trabajos previos habían hallado genes relacionados con el riesgo de cáncer de pecho en mujeres, pero un grupo científico con participación española ha realizado el mayor estudio de las causas de este tipo de cáncer en varones. En la investigación, publicada en la revista Nature Genetics, se han comparado las frecuencias de casi 500.000 variantes genéticas en 823 hombres con cáncer de mama y 2.795 individuos sanos. «Hemos observado que variaciones en el gen RAD51B, que está involucrado en la reparación de ADN dañado, están asociadas con un incremento de más del 50% del riesgo de cáncer de mama masculino», explicaba a la agencia SINC Nicholas Orr, científico de Universidad de Queen’s, en Belfast, y uno de los autores del estudio. «Los resultados sugieren que el gen actúa de manera diferente en los hombres. Y comprenderlo será fundamental para diseñar nuevos tratamientos».
El viernes 13 a José le tocará mamografía. José Rubio, padre de dos hijas y abuelo, tiene 68 años y hace seis pasó por el quirófano. «Estoy perfecto, como una rosa, ¿no me ve?», saca pecho el carpintero. Rita, su mujer, asiente con la cabeza, pero no olvida. Al salir del médico, cuando la mala noticia, rompió a llorar en la calle. Fue su marido, al que acababan de diagnosticarle un cáncer de mama en el pezón izquierdo, quien la consoló con un «esto no es nada». Y ahí está el hombre desayunando tranquilamente un par de churros con café. «Uno no es menos hombre por tener esto. Yo lo cuento porque sería bueno que la gente aceptara esto sin hacer muecas ni otro gesto raro, con normalidad». Igual piensa Efrén de Frutos, 90 años, viudo y tres hijos, también del pelotón de pechos cortados. Lo encontramos reposando en el sofá de su piso de Carabanchel. Un fallo en el corazón le obligó a jubilarse del campo a los 49 años. Más tarde llegaría el tumor en la mama. Le quitaron las dos. A las 11 «voy a misa», es la fiesta del Pilar. «Que haya paz y mucha salud. Del resto ya se encargará el de arriba (Dios)», remata el buen campesino, quien a sus años pedalea a diario una hora. «¿Lo del pecho? Eso está olvidado». Efrén ha donado su cuerpo a la ciencia. «A mí ya no me hará falta pero puede ayudar a otros». El día ha sido largo para él. Otro más que le ha ganado al cáncer que le rompió el pecho.
El Mundo